Varios planteamientos estéticos hacen que sea una pieza original, por ejemplo y más llamativo, la casi ausencia de música. Carece de una banda sonora original tradicional o música incidental, toda la que aparece además de escasa es diegética, es decir, tiene una justificación en pantalla, bien porque la escucha el personaje en la radio o porque la toca una banda visible. Destacan de ese modo los silencios, y los sonidos insignificantes adquieren relevancia. Otro aspecto reseñable es la frialdad del protagonista, una pasmosa flema que transmite un aparente asentimentalismo, llevado a cabo por una interpretación muy contenida o plana, en sentido positivo, que se antoja bastante meritoria por parte de Antonio de la Torre y que le da un toque mucho más enigmático al personaje.
Aparte de eso, el comienzo es pausado, intrigante e hipnótico y a la vez rotundo e impactante. Eso hace que enganche rápidamente y produzca interés. Pero a medida que avanza, lo poco que sucede se produce con excesiva lentitud y se hace bastante pesada. Cuenta poco en algo menos de dos horas de metraje. Esa mesura interpretativa y linealidad emocional se contagia al espectador y acaba siendo irritante.
Al final la sensación que da es de una película correctamente dirigida pero algo pretenciosa, con vocación de película de autor, que busca ese gusto intelectual en el que los planos y los silencios alargados son un valor en sí mismo, un poco a lo Isabel Coixet, y que hacen las delicias de los/as gafa-pasta. Seguro que esos aspectos que parecen banales o sin sentido, tienen un simbolismo y un significado muy profundo al cual las mentes enanas no alcanzamos a entender con el simple visionado. Hará falta una reflexión más sesuda o una explicación posterior. Lo realmente cierto es que a veces se agradece otro tipo de cine menos efectista y previsible que el estadounidense pero en muchos de los casos el resultado son casi dos horas de hastío y sopor.
Para mí lo más positivo de la velada fue la posibilidad de ver in situ al director presentando la película y reencontrarme con el cine Madrigal que tanta nostalgia me produce. Lo hallé mucho mejor de lo que recordaba, y me trajo a la memoria al clásico cine Prytania de Nueva Orleans, que se cita en La Conjura de los Necios. Lo vi más grande, cómodo y lleno de sabor a cine de verdad, de toda la vida. Un clásico de los que, por desgracia, quedan pocos ya en España.
20/10/2013
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